El amor tiene muchas caras y todas tienen un lugar en el firmamento. Las de Perseo y Andrómeda, Polaris y sus maridos, Vega y Altair, o Cupido y Psyque.
Eva Veneros
14 February 2022 | Fuente: Casa del Altozano
Las estrellas cuentan las historias de amores imposibles, eternos o prohibidos, a los que no escapan dioses ni mortales cuyas pasiones se entremezclan y desatan con furia de titanes.
Los despechos y desengaños amorosos en el cielo, donde todo es posible, se pagan con destierros al inframundo o acabar convertidos en animales, monstruos o estrellas. Sus historias, mágicas, épicas y conmovedoras son eternas.
El cielo estrellado tiene todos los ingredientes para preparar una auténtica Salsa Rosa: matrimonios prohibidos, amores no correspondidos, o eternos, infidelidades, flechazos, atracciones fatales, celos, divorcios, desaires… cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.
En el cielo todo se complica más que en la Tierra porque la flecha de cupido llega por igual a dioses y mortales y no hay límites para tramar venganzas o conseguir propósitos: convertirse en lluvia de oro, en toro o en pez es posible, descender a los infiernos, o tener que atravesar la Vía Láctea no son óbice para ellos.
Desde tiempos inmemoriales los seres humanos han visto en las estrellas patrones y trazando líneas entre ellas han imaginado criaturas salvajes, bestias míticas, dioses y héroes. Cuando todavía no sabían leer ni escribir, el cielo y sus constelaciones también sirvieron para transmitir historias y conocimientos.
Los mitos y leyendas escritos en las estrellas recogen las pasiones, humanas y mortales, las mezclan con las divinas, las agitan, las magnifican, y las dispersan por el cielo. El resultado son historias inverosímiles, emotivas, y sorprendentes cuya narración ha cautivado a los humanos desde el origen de los tiempos. Aquí van doce historias.
El divorcio de Vulcano
Y como hablamos del amor vamos a empezar por el principio, por el mismísimo Cupido, o Eros, en la mitología griega. Primero por los vaivenes amorosos de su madre, Venus (Afrodita para los griegos). La diosa de la hermosura y de la gracia amaba a Marte (Ares) y rechazó al todopoderoso Júpiter (Zeus) quien en venganza la obligó a casarse con su horroroso hijo Vulcano. Pero Venus y Marte se veían en secreto y Vulcano acabó por sorprenderlos, los encerró en una red de hierro que había construido en su fragua y se los mostró a Júpiter para convencerle de la infidelidad de su mujer y pedir el divorcio.
Júpiter debía tener buen día porque, a pesar del desplante anterior, se lo concedió y finalmente Venus y Marte se casaron y tuvieron dos hijos: Cupido, el dios del amor y el deseo, y Anteros, que es el dios del amor correspondido. Ambos son representados como niños desnudos, gorditos, con los ojos vendados para simbolizar que el amor es ciego, y cuando uno se enamora no ve ningún defecto en el amado, y con alas, para indicar que es un sentimiento efímero y se pasa volando. El travieso Cupido porta un arco con el que dispara, a capricho al corazón de dioses y mortales, dos tipos de flecha: las de punta dorada que llenan el corazón de amor y deseo; y las de punta de plomo, que provocan en quien las recibe deseo y pasión carnal.
Venus pierde la cabeza por Adonis
Los sinsabores amorosos de Venus no acabaron con Vulcano. La diosa de la hermosura cayó rendida ante los encantos de Adonis, un joven y bello príncipe, hijo de Mirra. Su marido, Marte, (el dios de la guerra para desgracia de Adonis) loco de celos, lo hizo despedazar por un enorme jabalí y Venus, destrozada, reunió sus repartidos restos y lo convirtió en la flor anémona. Lo cierto es que el fatal desenlace debió avinagrar el carácter de la diosa que se convirtió en una suegra de difícil trato (quizás de ahí viene la leyenda de las malas relaciones de suegras y nueras, quién sabe). Y aquí viene la tercera historia, la de la princesa Psyque y el propio Cupido.
Cupido y Psyque o cuando se mete la familia
Donde las toman las dan y el joven Cupido sufrió en sus jóvenes carnes los desgarros del amor. Psique era una de las tres hijas del rey de Anatolia y Venus, celosa de su belleza, pidió a Cupido que la disparara una flecha para que se enamorara de un monstruo. Pero el tiro, o mejor dicho la flecha, le salió por la culata, y el bueno de Cupido por un descuido se pinchó a sí mismo y se enamoró ipso facto de la princesa. Para evitar la ira de su madre se la llevó a escondidas a su palacio y solo la visitaba de noche para que no le viera el rostro y no descubriera quién era.
Pysque languidece aburrida en el palacio y le pide a su ya amado que le deje ver a sus hermanas, a quien echa de menos. Él accede y éstas la “calientan la cabeza” diciéndola que quizás su amado debe de ser muy feo ya que no la permite ver su rostro. Al final, intrigada y alentada por ellas, Psique observa a Cupido mientras duerme, pero él se despierta y se ofende por la curiosidad de su amante y la abandona.
Ella ruega a Venus que la conceda recuperar el amor de Cupido, pero su suegra, en lugar de ayudarla, le ordena realizar tareas imposibles, una de las cuales la lleva al inframundo donde cae en el sueño estigio (vapor narcótico que sume en la amnesia a los muertos antes de entrar al Hades). Cupido, que no está muy lejos y ya la ha perdonado, la besa y la devuelve a la vida.
Finalmente, Júpiter intercede por Cupido: le exige a Venus que deje en paz a Psyque y la concede la inmortalidad, convirtiéndola en la diosa del alma, (de ahí viene el nombre de la Psicología, que trata del alma) con lo cual ya puede vivir con Cupido en el Olimpo.
Sobre su descendencia hay dos versiones, en una se dice que se casaron y tuvieron una hija, Hedoné, quien se convertiría en la diosa del placer, mientras que en otra se afirma que tan solo eran amantes y que juntos, tuvieron una hija llamada Voluptus. En cualquier caso, al parecer se amaron eternamente, al igual que los protagonistas de la siguiente historia japonesa, basada en la narración china “La princesa y el Pastor o el emperador de Jade”.
Orihime y Hikoboshi, las estrellas Vega y Altair
Los protagonistas de esta historia oriental son Orihime (Princesa Tejedora) y Hikoboshi (El Pastor de las Estrellas). Ella era una princesa de excepcional belleza, hija del Tentei (Rey del Cielo, o el universo mismo), que cada día tejía hermosas prendas junto a la orilla del Amanogawa (Vía Láctea), donde conoció a Hikoboshi. Se enamoraron instantáneamente, se casaron poco después y tuvieron dos hijos, pero cometieron el error de olvidar por ello sus quehaceres y trabajos. Enfadado, Tentei separó a los dos amantes a través del Amanogawa y les prohibió volver a verse.
Orihime se entristeció mucho por la pérdida de su marido y le pidió a su padre que les diera permiso para encontrarse. Éste se conmovió con las lágrimas de su hija y la dijo que si trabajaba duro y terminaba de tejer podrían encontrarse cada año el séptimo día del séptimo mes lunar.
El primer año no pudieron verse porque no había puente para cruzar el río de la Vía Láctea y Orihime lloró tanto que apareció una bandada de urracas y prometieron hacer un puente con sus alas para el año siguiente. Lo cumplieron, y desde entonces, la “Noche del Séptimo” (Tanabata) se reúnen los enamorados.
En Japón, cada año, según la región, entre Julio y agosto, (en 2020 fue el 26 de agosto), se celebra el Festival de la Estrella o Tanabata que significa "Noche del séptimo" y las festividades duran varios días. En él se festeja la reunión de las deidades Orihime y Hikoboshi, representadas por las estrellas Vega y Altair, respectivamente, a ambos lados de la Vía Láctea. A ambos lados de Altair, las dos débiles estrellas representan a los hijos de ambos. Vega y Altair, junto con la estrella Deneb, forman el Triángulo de Verano.
En la próxima historia la Vía Láctea no separa, sino que une a dos enamorados.
Esta historia fue recogida más recientemente, en el siglo XVII, en un poema del escritor finlandés Zacharias Topelius (1918-1998) titulado “La Vía Láctea”. Narra la historia de la bella Salami y el valiente Zulamith, almas enamoradas a las que separaron por ser un amor inconveniente y convirtieron en dos estrellas lejanas. No pudieron resistir más la separación, ambos decidieron construir un luminoso puente que les permitiría reunirse de nuevo y así, en más de mil años, crearon la Vía Láctea. Y cuenta la leyenda que cuando por fin las dos estrellas se reunieron en el cielo, se fundieron en un beso y nació una sola estrellas, que no es otra que la más brillante del cielo, Sirio, en la constelación del Can mayor, el cuarto objeto que más brilla, después de la Luna, Venus y Júpiter.
También tuvo que hacer un gran esfuerzo la protagonista de la siguiente historia, la diosa Ishtar. Para descubrirlo, te invitamos a seguir leyendo el resto de las doce historias de amor escritas en el cielo en la web de La Casa del Altozano.