Nos adentramos en los principios de esta ciencia con la arqueoastrónoma del Instituto de Astrofísica de Canarias Andrea Rodríguez Antón.
30 May 2019
¿Qué tienen que ver las estrellas con el urbanismo de los primeros pueblos, o con la religión? Nos lo cuenta en este artículo con una introducción a la arqueoastronomía y la etnoastronomía Andrea Rodríguez Antón, Dra. del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y especialista en esta ciencia que le ayudará a entender cómo veían el mundo nuestros ancestros:
¿Quién no se ha fascinado mirando al cielo alguna vez? No serán muchas las personas que permanezcan indiferentes ante el espectáculo que ofrecen un atardecer o una noche libre de luz artificial. Evidencia de ello es el actual auge del astroturismo en regiones que aún preservan algún oasis de oscuridad.
En la antigüedad, al no existir el alumbrado público no se hablaba de contaminación lumínica. Resultaba inevitable mirar al cielo que impregnaba cada rincón del paisaje nocturno y fascinarse con el brillo de las miles de estrellas de nuestra galaxia que pueden apreciarse a simple vista, de los planetas del Sistema Solar que acompañan a la Tierra en su danza alrededor del sol y de la luna cambiante que alumbra a los noctámbulos cuando se muestra llena. Era asimismo imposible ignorar el impresionante río blanquecino que atraviesa el firmamento y que sigue a las estrellas en su movimiento cada noche. En algunos lugares lo conocemos como el Camino de Santiago -o simplemente Vía Láctea (del latín, camino de leche)- y no es más que la proyección de las estrellas del disco de la galaxia que habitamos: la Vía Láctea. Pero más allá del aspecto estético, ¿qué nos condujo como especie a estudiar e intentar comprender el universo?
El célebre divulgador Carl Sagan dijo una vez que “el estudio del universo es un viaje al autodescubrimiento”. Evidencia de ello es que en el cielo se han tejido mitologías que pretendían responder a cuestiones fundamentales sobre nuestra existencia y se han establecido relaciones místico-religiosas con los astros, como demuestra la innumerable lista de deidades celestes que han dominado (y muchas aún dominan) el panteón de numerosas religiones alrededor del mundo.
La observación del cielo y el control de sus cambios ha servido además a fines de tipo estratégico como la navegación, el establecimiento de las épocas de siembra y cosecha e incluso el control político y del tiempo. Por ejemplo, el conocimiento y predicción de fenómenos cíclicos en el cielo -como el cambio en las fases de la luna o el movimiento del sol sobre el horizonte a lo largo de un año- han servido para “organizar” el tiempo mediante la creación de sistemas de cómputo temporal: los calendarios. Gracias a ellos ha sido posible registrar acontecimientos pasados -como hazañas importantes que pudieran servir para ensalzar al mandatario de turno- pero también programar eventos futuros como el cobro de impuestos -igual que la temida declaración de la renta hoy en día- o la celebración de festividades religiosas. Tal es el caso de la Semana Santa o el Ramadán, cuyas fechas las determina la luna: la primera luna llena después del equinoccio de marzo y el noveno mes del calendario musulmán -un calendario lunar-, respectivamente. Todo ello es esencial para la organización y el control de un pueblo.
Pero aunque vivamos bajo el mismo cielo, en nuestro planeta se ha desarrollado una enorme variedad de formas de entender y conectar con el cosmos. Del estudio de esa diversidad de cosmovisiones y de la repercusión que éstas han tenido en el desarrollo de otros aspectos culturales particulares -como la religión o la arquitectura- se encargan la Arqueoastronomía y la Etnoastronomía, disciplinas a caballo entre la astronomía, la arqueología, la estadística y las ciencias sociales. Conocer cómo se entendía e interpretaba el cielo y las variaciones cíclicas que en él se producen nos conduce a una mejor comprensión de cómo vivían, veían el mundo, la religión y percibían el tiempo quienes nos han precedido en la historia y quienes aún preservan unas tradiciones ajenas al impacto de la globalización.
Sobre todo ello nos puede hablar la localización de un lugar de culto en el territorio desde el que se observaría la puesta o salida de un astro determinado un día escogido, el tipo de calendario empleado por un pueblo o la orientación de una construcción o de la vía de una ciudad. Observar los efectos que produce la luz de un cuerpo celeste en la arquitectura y el paisaje en un momento específico del año (como los solsticios y los equinoccios) es algo que sigue fascinando y reuniendo a miles de personas cada año. Curiosas multitudes se acercan expectantes a contemplar la salida o la puesta del sol en lugares aún impresionantes como Stonehenge (Gran Bretaña), el templo del dios egipcio Amun en Karnak (Egipto) o la pirámide de Kukulkán en el yacimiento maya de Chichen Itzá (México).
Estos fenómenos que todavía nos dejan atónitos por su belleza y grandiosidad, sirvieron para manifestar la presencia y el poder de una divinidad celeste o de un gobernante en tiempos en los que era la religión y no la ciencia la que ofrecía una explicación a lo “inexplicable”.
Con estas ideas iniciamos un viaje espacial-temporal por la astronomía en la historia y las culturas, en el que observaremos desde diferentes miradas un lugar común a todas las personas: el cosmos.
Andrea Rodríguez Antón