La arqueoastrónoma Andrea Rodríguez Antón le lleva a Gran Canarias a conocer a fondo el único Patrimonio Mundial en España en 2019
Andrea Rodríguez Antón
06 September 2019
Pese a la sequía y el calor que empujan inevitablemente al letargo, este verano ha estado marcado por una serie de eventos interesantes para la astronomía y la astronomía cultural. El 16 de julio se celebró el 50 aniversario del despegue del Apollo 11 desde cabo Cañaveral (Florida), que culminó con un acontecimiento histórico días después: el pequeño paso para el hombre y el gran salto para la humanidad que supuso la llegada del ser humano a la luna el 20 de julio de 1969.
Pero bajando a la Tierra, el 6 de julio el comité de la UNESCO se reunió en Bakú (Azerbayán) y concedió el título de Patrimonio Mundial al Paisaje Cultural de Risco Caído y montañas sagradas de Gran Canaria, un reconocimiento internacional de este paisaje propio de la cultura aborigen canaria que pone de manifiesto la importancia y particularidad de esta isla en cuanto a la estrecha conexión presente entre el paisaje y el cielo.
Algo verdaderamente excepcional de esta declaración es el hecho de que por primera vez surge y es aceptada una propuesta que considera indivisible el paisaje cultural (terrestre) y el celaje. En otras palabras, la relación del paisaje con el cielo y los fenómenos astronómicos que en él se producen. El uso del término celaje sirve para diferenciar el concepto de cielo como puro espacio físico del cielo como un lugar con implicaciones culturales, que alberga divinidades y en el que se desarrollan eventos relevantes, muchas veces asociados a elementos del paisaje. En el habla canaria se utiliza celaje para hacer referencia a los eventos que ocurren en el cielo, desde una puesta de sol a un fenómeno meteorológico.
En este caso la observación de determinados fenómenos astronómicos tendría connotaciones culturales, pues podrían concebirse como manifestaciones de ciertas divinidades de naturaleza astral, comunes en el mundo aborigen canario según relatan las fuentes etnohistóricas. El seguimiento de los ciclos celestes (como el movimiento anual del sol debido al movimiento de traslación de la tierra en su órbita alrededor de este astro) también tendría un objetivo puramente práctico, como es la gestión del tiempo a través del control de la posición de cuerpos celestes específicos. Por ejemplo, el punto por el que sale o se pone el sol cambia a lo largo del año y su posición puede ser un indicativo de la fecha, bastante preciso si se establecen referencias visuales en el entorno con las que relacionar la posición del sol respecto a un punto del horizonte con un momento del año. Para que la aproximación de las fechas funcione, el astro en cuestión ha de ser observado siempre desde el mismo lugar, por ejemplo desde un altar erigido sobre un elemento del terreno. A esos puntos del horizonte se les llama marcadores, y si sobre ellos se pone el sol en los equinoccios (21 de marzo y 21 de septiembre) serían marcadores equinocciales, solsticiales si sucede en alguno de los solsticios (21 de junio o 21 de diciembre) o con otros nombres en cualquier otra fecha.
También los campesinos canarios utilizaban hasta hace no mucho tiempo referencias celestes para determinar el comienzo de diferentes estaciones agrícolas a través de la visibilidad de Orión, Sirio o las Pléyades. Además consideraban a Venus vespertino (el lucero visto al atardecer) portadora de agua, puede que por herencia de un culto prehispánico de la fertilidad.
Risco Caído y las Montañas Sagradas de gran Canaria son además un testimonio excepcional de una tradición cultural, como es la de los aborígenes de Gran Canaria, y un magnífico ejemplo de asentamiento tradicional y de uso del espacio representativo de una cultura (de acuerdo a los criterios iii y v de la UNESCO a los que se ajusta esta candidatura).
Este paisaje cultural que ha perdurado durante siglos ocupa casi en su totalidad la impresionante Caldera de Tejeda, que Miguel de Unamuno describió como una "tempestad petrificada", el macizo de Tamadaba y parte del cauce de Barranco Hondo. Los principales yacimientos que lo conforman son el asentamiento troglodita de la mesa de Acusa, el conjunto arqueológico de Risco Caído, el complejo arqueológicos de la Sierra del Bentayga y el santuario de Risco Chapín.
Incluye un importante repertorio de elementos trogloditas (cuevas): poblados de cuevas naturales y artificiales, graneros, santuarios y espacios funerarios que en su conjunto representan la trayectoria de las antiguas culturas insulares de raíces bereberes norteafricanas que habitaron en aislamiento durante más de 1500 años, hasta la llegada de los conquistadores castellanos.
Conviene incidir en que lo que se ha declarado patrimonio mundial es un paisaje cultural y no un monumento concreto. Esto se refiere a que en la candidatura se ha considerado un paisaje fruto de la transformación de un espacio natural y enriquecido por la actividad de las poblaciones que lo han habitado, pues en su seno se ha desarrollado sin interrupción durante 2000 años una cultura adaptada al terreno en el que perviven todavía lugares de culto de los antiguos canarios, conocidos como almogarenes.
Además, sus partes no pueden considerarse de manera inconexa sino que forman un todo, y en el caso de este paisaje cultural lo que se encuentra es una unión entre lo natural, lo humano y lo sagrado. Y lo natural y lo sagrado en este caso van de la mano de la observación del cielo.
La integración del celaje se ve plasmada en lugares como los almogarenes de Risco Caído y el de Roque Bentayga, que en este caso cuentan con un significado ritual y astronómico únicos en las culturas insulares en el mundo. Los almogarenes eran lugares de culto de los antiguos canarios, que muchas veces se ubicaban en lo alto de los roques, cerca del cielo. No es de extrañar que esta costumbre tenga su origen en las sociedades amazigh del norte de áfrica que luego poblaron las islas hace unos 2000 años, pues también ellas sacralizaban ciertas montañas y puede que la elección de un lugar elevado viniera motivada por la búsqueda de cercanía al cielo, donde moraba lo sagrado. No existía la astrofísica moderna como disciplina científica, así que la tarea de observación del cielo y el control del tiempo probablemente la llevarían a cabo los faicanes, un cuerpo de sacerdotes que se encargaban también de cuestiones religiosas, políticas y sociales.
Por su localización en el terreno y su diseño, Risco Caído y Roque Bentayga podrían interpretarse como observatorios astronómicos pero no en el sentido contemporáneo por el que concebimos un observatorio. Más que una versión aborigen de el Roque de los Muchachos (el observatorio de la Palma), estos serían observatorios entendidos como lugares sacralizados que contaban con una serie de elementos naturales (como montañas en el horizonte) y artificiales (grabados en la roca o el diseño particular de una cueva) que tendrían un uso astronómico y que servirían para producir fenómenos de iluminación a partir de posiciones determinadas del sol, la luna u otros astros que pudieran relacionarse con manifestaciones de algo sagrado.
El almogarén del Bentayga era un lugar de culto sobre el roque del mismo nombre y un epicentro de la cosmología de los aborígenes canarios. A nivel arqueoastronómico es sumamente interesante y presenta una clara simbología astronómica por su localización en el paisaje, así como por su diseño sobre el roque. Desde el altar en lo alto del roque Bentayga se puede observar cómo el sol aparece el día del equinoccio detrás del centro de un promontorio rocoso que se levanta sobre propio roque e ilumina el espacio ritual.
El día en que, visto desde el altar, el sol sale detrás del centro de este promontorio anuncia que es el momento del equinoccio y de un cambio de estación o de inicio de ciclo. probablemente también estaría indicando que es el momento para realizar una determinada ceremonia religiosa.
Éste no es un caso aislado, pues en Gran Canaria existen otros marcadores equinocciales en el entorno (lugares en los que el sol en los equinoccios produce un fenómeno singular) como el de la necrópolis de Artenara y en la Fortaleza de Santa Lucía de Tijarana. También en otras islas existen indicios de la importancia de los equinoccios, como en el yacimiento de Zonzamas (Lanzarote), Tablero de os Majos (Fuerteventura) o el Roque de los dos hermanos (Tenerife).
Aparte de la fenomenología solar, la luna pudo estar presente también a la hora de escoger el Bentayga como espacio de sacralidad. Un poco más al sur el horizonte está dominado por el Roque Nublo, vestigio de un antiguo volcán de morfología muy peculiar que lo convierte en un hito geológico indudable. Desde el Bentayga se observaba cómo la luna llena posterior al solsticio de junio surgía a la derecha de Roque Nublo, que la ocultaba en su ascenso por unos instantes y después volvía a surgir sobre el lado opuesto de este mismo roque . Este fenómeno sucedía cada pocos años debido a las variaciones en el plano sobre el que la luna orbita alrededor de la Tierra.
Estos fenómenos no son casuales. Es obvio que los aborígenes canarios no movieron ninguna montaña, por mucha fe que pudieran tener en sus dioses. Hasta ahora solo el movimiento de placas tectónicas lo ha conseguido y no hay registro científico de que una oración haya sido efectiva a la hora de trasladar estas grandes masas de tierra. Si algún monte se interpone en tu camino, no hay más remedio que rodearlo o subirlo. Y si te bloquea la visibilidad de algún otro elemento de interés, lo más efectivo es moverte de donde estás hasta buscar un lugar en el que la perspectiva te posibilite observar aquello que deseas. Es también una estrategia básica para la construcción de elementos defensivos. Ejemplo de ello son las torres de vigilancia, que en cualquier contienda de la historia se han localizado cuidadosamente en lugares desde los que poder advertir con un margen de tiempo suficiente la aproximación del enemigo. También son el lugar de residencia predilecto de numerosos villanos, como Saruman (Isengard) o Sauron (torre oscura de Mordor).
Siguiendo la misma lógica, aunque no con una motivación defensiva, el objetivo de los aborígenes canarios sería determinar una fecha tomando como referencia la posición de un astro como el sol o la luna respecto a elementos del paisaje, que actuarían como marcadores. En el caso del almogarén del Bentayga, el altar se localiza respecto al promontorio rocoso de su cima para que el sol salga por su centro el día del equinoccio, constituyendo lo que se conoce como marcador equinoccial. Además, se escogería el Bentayga y no otro punto del terreno porque desde allí también se producía el efecto de visibilidad peculiar de la luna llena del solsticio de junio sobre el Roque Nublo. ¿Mover montañas? No, escoger el sitio adecuado para establecer algo tan importante como un espacio sagrado.
Otro lugar emblemático que da nombre a la candidatura es Risco Caído, un antiguo poblado troglodita. A nivel arqueoastronómico y ceremonial sobresalen poderosamente las cuevas C6 y C7, también almogarenes o espacios rituales que cuentan con grabados de triángulos púbicos, signo universal de fertilidad, y marcas circulares excavadas en la roca (cazoletas) que son indicadores indudables de la sacralidad del lugar. En particular la cueva C6, descubierta en los años 90 por el arqueólogo Julio Cuenca, es especialmente excepcional por su diseño de planta circular y su complejidad, que la vuelven única en el contexto aborigen de Canarias. Sus paredes son curvas, formando una cúpula parabólica casi perfecta. Pero más asombrosos son los efectos que allí produce la luz del sol y la luna. Un túnel de luz excavado en la cara este de la cueva permite que la pared oeste, que cuenta con numerosos grabados rupestres relacionados con la fertilidad, se ilumine con un haz de luz que crea una secuencia al ir proyectándose en diferentes posiciones sobre los grabados según avanza el año. Es una manifestación única que desarrolla un relato visual que pone en evidencia el conocimiento abstracto de estas sociedades y nos transmite hoy en día indicios de su modo de pensar.
No solo eso. Esta cueva podría haber funcionado como un marcador de la llegada de los equinoccios y los solsticios extremadamente complejo a nivel constructivo.
La luz solar penetra en la cueva y empieza a iluminar los grabados en la pared oeste dos días antes del equinoccio de primavera (21 de junio). La posición del haz proyectado avanza sobre la pared con el paso de los días y cambia su forma hasta alcanzar una posición extrema coincidiendo con el solsticio de verano (21 de junio), desde la que comienza a retroceder hacia la posición inicial coincidiendo con el equinoccio de otoño (21 de septiembre). A partir de esta fecha la luz del sol no vuelve a penetrar hasta el siguiente equinoccio de primavera. Resulta sugerente que en el solsticio de verano el haz de luz adquiere una forma fálica e ilumina un triángulo púbico, que representa una vulva. Esta imagen contiene una clara simbología relacionada con la fertilidad y se produce coincidiendo con la época de la cosecha, en fechas cercanas al solsticio de junio.
Entre octubre y febrero, no es el sol sino la luz de la luna la que ilumina los grabados en las paredes de la cueva. Si esto sucediera de manera intencionada se podría decir que este lugar habría funcionado como un calendario lunisolar, dividiendo el año en dos mitades y permitiendo el control del ciclo anual para la actividad agrícola.
Estaríamos entonces ante un espacio de culto seguramente relacionado con la fertilidad, por la iconografía repleta de triángulos púbicos (normalmente representación de vulvas) y la fenomenología producida por la luz incidente en los grabados, que además sigue una secuencia temporal que coincide con el ciclo solar anual, cuyo control es esencial para el éxito de las cosechas. Funcionaría entonces como un calendario visual en el que se marcarían con relativa precisión fechas importantes del calendario litúrgico y agrícola, como equinoccios y solsticios. Conocer y controlar el tiempo tendría importancia a nivel ritual pero era esencial para una cultura fundamentalmente dependiente del cultivo y cuya supervivencia dependía en gran medida del éxito de la cosecha, esto es, de la fertilidad de la tierra.
Antiguos cronistas como Sedeño señalan que los aborígenes canarios comenzaban su año en el equinoccio de primavera y hablan también de la importancia de solsticios y equinoccios en el ciclo vital de estos pueblos. Solsticios y equinoccios marcan los cambios de estación en el calendario que usamos a día de hoy en casi todo el mundo: el calendario Gregoriano. Esas fechas son y eran importantes para innumerables sociedades que han habitado el planeta, luego no es nada descabellado pensar que la elección de los lugares para la localización de los almogarenes y su diseño sea algo premeditado y basado en el control de los cambios que se producen en lo que observamos en el cielo a causa del movimiento de nuestro planeta en el espacio.
Todos estos hallazgos relacionados con la astronomía (más concretamente con la arqueoastronomía) han sido fruto de años de investigación y de esfuerzo colectivo por parte de un buen número de profesionales de distintos ámbitos, como la arqueología y la astrofísica: Antonio Aparicio, Juan Antonio Belmonte, Julio Cuenca, César Esteban, José Carlos Gil, Oswaldo González, Nona Perera, Rosa Schluten y Antonio Tejera. Pido disculpas de antemano si me olvido de alguien.
Esta declaración debe ser, además de un reconocimiento, una motivación para la preservación de este paisaje cultural y que prevenga la desaparición de tradiciones que son patrimonio inmaterial, como la trashumancia, los modos de cultivar en una orografía tan peculiar o el uso de las cuevas. Es necesario que se plantee una buena gestión de los montes que evite que se produzcan desastres ecológicos, como los incendios que han arrasado miles de hectáreas de la isla este verano dejando tras de sí una estampa desoladora, en un lugar que es sobresaliente por su biodiversidad y por la cantidad de especies endémicas exclusivas que posee. Para evitar que Risco Caído y las Montañas sagradas de Gran Canaria mueran de éxito es fundamental el cuidado del entorno y el desarrollo de estrategias sostenibles para proteger estos lugares, minimizando el riesgo de desastres ecológicos, evitando una masificación descontrolada y favoreciendo un consumo local que active la economía en las zonas rurales y frene la creciente despoblación.
Solo esto permitirá que la declaración de patrimonio mundial valga la pena y que este paisaje cultural siga manteniendo viva su esencia basada en la sinergia entre elementos terrenales y celestes, que ha sobrevivido al paso de los años y que lo convierten en un lugar bello y excepcional.
Andrea Rodríguez Antón