Recuperamos la sección de Arqueoastronomia para aprender sobre el solsticio de diciembre con la especialista del INCIPIT-CSIC Andrea Rodríguez-Antón.
19 December 2023
Han pasado ya más de dos años desde la última vez que escribí en esta sección, en concreto desde el equinoccio de septiembre de 2021, y me propongo retomar este espacio para la astronomía cultural coincidiendo con importante hito astronómico: la llegada del invierno y el final de un periodo de oscuridad. Es cierto que estamos inmersas en un sinfín de acontecimientos catastróficos que se suceden, pero me refiero a una oscuridad real, a una falta de luz, la del sol. En concreto, a ese periodo del año que comienza en el equinoccio de otoño -alrededor del 22 o 23 de septiembre en el hemisferio norte y del 20 de marzo en el hemisferio sur- y que culmina con el solsticio de invierno -en 2023 coincidiendo con el 21 de junio en el hemisferio sur y 22 de diciembre en el hemisferio norte- momentos que marcan el inicio del invierno a cada lado del ecuador. El solsticio de invierno es conocido popularmente como “la noche más larga”, “el día más corto” o, como decía mi abuela, “Santo Tomito, el día más pequeñito”, pues el 21 de diciembre coincide con el día de Santo Tomás. No obstante, realmente este culmen de horas de noche dura unos cuantos días en torno al solsticio de invierno y no resulta evidente la diferencia entre el 18 y el 21 de diciembre, por ejemplo.
La responsabilidad de que esto ocurra reside en la mecánica celeste, en particular en las características del movimiento de la Tierra, cuyo eje de rotación está inclinado unos 23,4º respecto al plano de su órbita alrededor del Sol. Esto da origen a las estaciones, pues debido a esta inclinación la luz solar no llega con la misma intensidad en todo el globo, sino que hay momentos en los que el hemisferio sur recibe más radiación (coincidiendo con la primavera y el verano austral) mientras que en el norte tendríamos que abrigarnos al estar menos inclinados hacia el sol (en otoño e invierno). Además, la Tierra avanza más despacio en su órbita en estos momentos, por lo que da la sensación de que el camino del sol visto desde la Tierra se mantiene a lo largo de unos días. De hecho, el término solsticio viene de ‘sol’ (Sol) y ‘sistere’ (permanecer quieto).
Pero, ¿por qué es tan importante el solsticio de invierno? Este evento ha estado y está presente en la religión, la economía e incluso en las estrategias y la propaganda política de culturas a lo largo y ancho del mundo. Y es que su poder simbólico es muy notable pues, si bien marca un cambio de estación climática, es a partir de entonces cuando comienza la “vuelta a la luz”, ya que los días se irán alargando progresivamente hasta el solsticio de verano.
No es extraño entonces que este momento del año coincida con grandes festividades, muchas veces relacionadas con rituales de renovación, purificación y puede que de transición a un “más allá”. Su vinculación con el mundo funerario se puede intuir, por ejemplo, en la orientación de monumentos funerarios tan antiguos como los dólmenes. Algunos ejemplos son el dolmen de Dombate (Dombate, A Coruña) o el tholos de Huerta Montero (Almendralejo, Badajoz), donde se producen fascinantes fenómenos de iluminación con la luz del sol al amanecer del solsticio de invierno. En el caso de este último, la luz penetra hasta el fondo de la cámara y a medida que el sol asciende, se dibuja un haz de luz que avanza hacia la entrada, quizás representando un tránsito entre el mundo de los difuntos (en la oscuridad de la cámara) y el de los vivos (en el exterior). Siglos más tarde encontramos fenómenos similares en monumentos religiosos y funerarios de todo el mundo, por ejemplo, la cámara funeraria megalítica de Newgrange (Irlanda), el templo Karnak en Egipto o el de Ad Deir (el Monasterio) en la ciudad Nabatea de Petra (Jordania). El diseño y orientación de esos monumentos tampoco es casual, sino que responde seguramente a una intención de representar una manifestación de lo divino en un espacio sagrado y coincidiendo con un momento de renovación, provocando una serie de emociones y fascinación en quienes lo presenciaran.
Como tantos otros aspectos de la sociedad, la política tampoco se queda exenta de la influencia de la astronomía, y viceversa. Más allá de las carreras espaciales de los siglos XX y XXI, retrocediendo en el tiempo podemos encontrar numerosos casos en los que el solsticio de invierno se instrumentalizó como elemento de propaganda política.
Es el caso de Augusto, primer emperador de Roma, quien lo asimiló junto con Capricornio -la constelación del Zodíaco en la que estaba el sol durante el solsticio de invierno en época romana, pues ahora coincide con Sagitario- y se representó a sí mismo como el dios solar Apolo. Todo ello en un intento de vincular su ascenso al poder con un momento de regeneración política, con una nueva era que traería la luz a Roma a través de la transición de la República al Imperio. Además de la arquitectura o la religión, el solsticio de invierno ha redefinido también el paisaje y el urbanismo en numerosos períodos de la historia romana desde los orígenes de la propia Roma. Su presencia en la configuración de la capital del Imperio se vincula en un principio al culto al dios Saturno, una divinidad asociada a la fertilidad a la que se conmemoraba durante un festival en torno al 21 de diciembre, las Saturnales. Estos eran días de disfrute y descanso, en los que se celebraba entre otras cosas el fin de las cosechas, renacimiento del sol, la naturaleza y de la propia ciudad.
Y de ahí llegamos a la Navidad, que en parte surge de la cristianización de este culto solar y otros de origen pagano como el romano en honor al Sol Invictus, establecido de manera oficial por el emperador Aureliano en el siglo III. En el siglo siguiente, el Papa Julio I marca esta fecha como el día del nacimiento de Jesús (aunque en los Evangelios no se menciona por ninguna parte), en la que el Papa León Magno establece la celebración oficial Navidad (Nativitas, que significa nacimiento) cien años después. Y ya en el siglo VI, el emperador Justiniano no iba a ser menos y expandió la fiesta de conmemoración del nacimiento de Jesús al Imperio romano de Oriente.
Celebraciones como éstas y otras similares persisten en todos los hemisferios y regiones del mundo, por ejemplo, el Dongzhi en China, el Inti Raymi en territorios del antiguo Imperio Inca (como Ecuador, Perú o Chile), el Kwanza por la comunidad Afroamericana, pasando por las fiestas en las estaciones científicas de la Antártida.
Cobra sentido entonces que la principal fecha de la Cristiandad coincida con el solsticio de invierno, pues a nadie le gusta que le prohíban festejar y, el hecho de que el solsticio de invierno fuera fecha señalada en multitud de culturas y creencias favoreció la asimilación de la Navidad en ritos y celebraciones previas, desde la imposición del Cristianismo en el Imperio romano, hasta su expansión posterior a través de las conquistas y el colonialismo europeo mediante conversiones forzosas. “En vez de llamarlo X, llámalo Navidad, que en el fondo es casi lo mismo pero con otro nombre y otra representación del sol”. Un plan sin fisuras.
Es cierto que en la actualidad (al menos en Occidente) la Navidad ha cambiado en gran medida su naturaleza cristiana por otras costumbres como la iluminación desmesurada de las calles y un vaciado de cuentas corrientes en el Black Friday. Pero a nadie nos vienen mal unas vacaciones (creamos en lo que creamos) y, en muchos casos, estas fechas son una buena excusa para reunirnos con familiares y amigos, comer y beber sin mesura o realizar un ritual de transición y renovación del tipo que cada uno escoja. También para huir del mundo aprovechando unos días libres. Que cada cual escoja su manera de “volver a la luz” y que el nuevo viaje alrededor del Sol sea más sosegado, pacífico y esperanzador en todo el mundo, en especial para quienes sufren una brutal, injusta y constante violencia. Por ejemplo, en Ucrania, Sudán, Yemen, Siria, el Sáhara Occidental o en el lugar de origen del Cristianismo y la Navidad: Palestina, donde este se han cancelado. Ojalá que esa renovación se produzca con el comienzo del nuevo ciclo. A todxs, ¡feliz solsticio y mejor año nuevo!