Astronomía
¿Quién fue Ptolomeo y cómo cambió nuestra forma de mirar las estrellas?
Entorno al siglo II a. C. el astrónomo Ptolomeo compuso el tratado astronómico Almagesto, un atlas estelar que revolucionó nuestra forma de leer el cielo.
Hacia el año 150 a.C. Claudio Ptomoleo, un astrónomo, matemático y geógrafo egipcio descendiente de griegos que vivía en Alejandría, compuso un tratado astronómco sin precedentes en extensión y alcance. Este libro no sólo representa la máxima expresión del conocimiento grecolatino en la materia, sino que también cambió el modo en que aún hoy miramos las estrellas.
A mitad del volumen, el astrónomo introdujo un catálogo de más de mil estrellas agrupadas en cuarenta y ocho constelaciones, que todavía en el presente forman la base del sistema que utilizamos para cartografiar el cielo. Basado sobre todo en las observaciones de Hiparco de Nicea, un polímata griego del siglo II a.C., fue de alguna manera el canto de cisne de la astronomía helénica.
Hacia el VIII d.C. el epicentro de la astronomía dejaría de ser Alejandría para trasladarse a Bagdad. Afortunadamente, el Math Matik Syntaxis (título original que recibía este monumental tratado) se conservó en manuscrito árabes. Tras convertirse rápidamente en la biblia de los astrónomos, se hizo famoso con su título árabe, el Almagesto, mientras que el hombre que lo escribió (del que realmente sabemos muy poco) se encarnó en el renombrado y mitificado Ptolomeo.
Igual que la fascinación por Ptolomeo, nuestra curiosidad por las estrellas existe tanto por razones históricas como científicas. Cualquier mapa astronómico que divida el firmamento constituye una meta científica para la sociedad que lo produce, pero a la vez representa su cultura; los esquemas en los que la gente decide realizar las estrellas son fruto de la imaginación colectiva. Como dijo el artista y escritor británico John Berger:
Aquellos que primero inventaron y más tarde nombraron las constelaciones fueron narradores. Trazar una línea imaginaria entre un grupo de estrellas las dotó de una imagen y una identidad. Las estrellas hilvanadas en esa línea fueron como eventos que se suceden en una narración. Imaginar las constelaciones no cambió las estrellas, por supuesto, ni tampoco el negro vacío que las rodea. Lo que sí cambió fue la manera en la que la gente comenzó a leer el cielo nocturno.
Pese a la impresionante carga empírica de la obra maestra de Ptolomeo, es difícil pensar que hubiera sido preservada (y venerada) durante miles de años si no fuera una brillante compilación, tanto de mitos como de matemáticas.
No fue Ptolomeo el primero en contarnos el cuento de la bestia salvaje que va gruñendo a lo largo del firmamento nocturno, o del cazador saltando por el cielo con dos perros a sus pies, pero sí fue él quien puso la Osa Mayor o la figura de Orión y su cinturón en el mapa.
Nunca sabremos de qué forma las historias relatadas miles y miles de años atrás por nuestros ancestros (mientras observaban la vasta oscuridad sobre sus cabezas desde montañas, desiertos, o las polvorientas calles de antiguas ciudades), se transformaron en las leyendas que Ptolomeo identificó de manera tan precisa en su Almagesto; ni cómo los animales, dioses y héroes a los que se rendía culto en Asiria, Babilonia o el antiguo Egipto se abrieron camino a través de los mares y los siglos hasta permear la esencia de la Grecia clásica. Tampoco podemos resolver por completo el enigma de cómo estos personajes cambiaron sus nombres para convertirse en romanos.
(...) Después de que los antiguos asimilaran la mitología estelar de Mesopotamia y la transformaran en la suya propia ésta ha ido evolucionando hasta nuestros días, pero no podemos olvidar que el atlas estelar de Ptolomeo sirvió para trazar esos primeros mapas del cielo oscuro que aún hoy nos hacen soñar con dioses y monstruo eternos.